Amas de Casa Desesperadas
martes, octubre 10, 2006
posted by Desperate Fan at 3:07 p. m.

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Martín Piroyansky se planta en un lugar equidistante entre el Rodrigo Noya de Hermanos y detectives —la entrevista incluye anteojitos— y la entreñable neurosis de cualquier Woody Allen. "Puede ser", se ríe, "Woody Allen es una suerte de gurú y con Rodrigo trabajé. Lo veía estudiar el texto y por momentos me parecía estar viéndome a mí mismo. Es un chico súper lógico. El me miraba y me decía: 'Esto lo digo así porque tengo que estar enojado'. Tan básico que daba ternura verlo. Yo también funciono de la misma forma... Esto es muy simple".
Sentado a la mesa de un bar —"no quiero café, gracias", "no quiero nada, gracias"—, el actor de Amas de casa desesperadas, Sofacama y Kuala Lumpur (junto a la compañía teatral Grupo Sanguíneo) dirá que odia a los actores (o a sí mismo en el rol de actor, o habría que preguntarle a su terapeuta), pero antes, con prematuro existencialismo, reflexionará sobre sus distintas máscaras.
"El cine es la novedad. Sofacama fue mi debut y aún estoy conmovido. Después de años de teatro, cuando se estrenó la peli me pasaba algo raro: no podía entender que hubiera funciones sin mí, que la gente se riera en un cine de Lanús y yo anduviera por otra parte".
¿El teatro? "Hace siete u ocho años que estoy con el grupo. Siempre los mismos cuatro. Nuestro proceso creativo implica improvisación, hablamos mucho de nosotros, no somos de señalar con el dedo; nos miramos el dedo", dice, revelando parte de la doctrina y pasa a la televisión. "Hice mucha tele. Es el territorio conocido. ¿Lo que me más me gusta? El teatro y el cine. Sí, ya sé que es un lugar común, pero, bueno, por algo es un lugar común, ¿no?".
El debut fue en PNP. Enseguida vino el Magazine For Fai, con Mex Urtizberea, y a los 13 años, Campeones. El problema de los niños actores es que, a veces, uno cree que desaparecieron, pero en realidad no hacen más que crecer. No es lo mismo, en más de un sentido, ver a Piroyansky que a Federico Luppi. Hay que hacer memoria para reconocer, en este caso, a todos los piroyanskys que desfilaron por la pantalla. Una conclusión que se traslada a la vida cotidiana y ahora, a los 20, le permite seguir abusando de cierto anonimato. Saludable, dice. "De pronto veo una cara que se queda colgada dos segundos más de lo que debería y pienso: Uy, este me reconoció, y me hago el boludo".
Adrián Piroyansky, el papá de Martín, es un odontólogo que hacía obras de teatro por placer. "Clásicos", recuerda su tercer hijo. "Un tipo chistoso, histriónico que le dio ese carácter a la casa donde vivimos". Martín lo veía recitando a Molière y se aprendía la letra de memoria, iba a los ensayos y la mamá decía por qué no lo mandamos a teatro. "Empecé así, muy ingenuamente. Subía a un escenario y si te hacía sonreír, era feliz. Sigue siendo igual". No había expectativas serias de vivir de la actuación. Jamás pensó en estudiar en el Conservatorio. Es más, criado en el seno de una familia judía, dice que su expectativa estaba menos cerca de un escenario que de un kiosco. Incluso, entre el pibe que atravesaba el colegio sin inconvenientes y el actor que prometía, iba creciendo el fantasma del nene actor/traumado/drogadicto tan E! True Hollywood Story.
"Fue como una estatuilla que estaba en mi cuarto y admiraba con temor. El niño actor es algo que me fascina y me da miedo al mismo tiempo. Pienso en Gary Coleman, el de Blanco y Negro... Esas cosas pasan, ¿sabés? Un poco de éxito y algunos se empiezan a matar".
Hace dos años terminó la secundaria y los trabajos fueron encadenándose. Entre paréntesis, ¿por qué Daniel Burman aún no reparó en su existencia? "Burman (Derecho de familia) no me contrató, pero trabajé con Ariel Winograd, que tuvo una infancia igual a la mía, en un country judío. Tenemos mucho en común", dice y adelanta que, juntos, andan escribiendo el guión de una próxima película. Piroyansky también escribe.
Te odio actor, pero sos el único que me entiende. La frase estaba en el borrador de Kuala Lumpur, su actual obra de teatro, y es de su autoría. "No está bien que yo lo diga, pero es una sensación que tengo. Sin embargo, pasan los años y cada vez tengo más vínculos dentro del mundillo, más tics. Es contradictorio".

Fuente: www.clarin.com
 

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