Algunos espectadores se habrán sorprendido con la novedad. Otros, en cambio, habrán ido para ser testigos de una función bisagra en la historia de Días contados. "El rol de Javier será interpretado por Carlos Santamaría", informa una hoja suelta, anexada al programa de mano en el que todavía figuran el nombre y la foto de Alejandro Awada. Ocurre que faltando muy poco tiempo para que termine la primera temporada de la obra escrita y dirigida por Oscar Martínez, Awada dejó el elenco por cuestiones personales (ver "El dato") y hubo que conseguir de inmediato un reemplazante.
El miércoles, Santamaría debutó en el papel del hermano de Ana Casal (Cecilia Roth) y superó con pocas dificultades la prueba de sumarse a una compañía que venía haciendo funciones desde julio. Hay que reconocer que el texto ayuda. El libro de Oscar Martínez (Días contados es la segunda obra de su autoría; la primera fue Ella en mi cabeza) es bueno y aunque apela a recursos conocidos —las idas y venidas entre el presente de la narración y el pasado, el juego entre la ficción y la realidad, la metáfora que compara al escritor con un Dios que da vida a criaturas, etc.—, no por poco originales resultan menos efectivos. Y las citas de otros autores tampoco le restan autenticidad. Todo está puesto con inteligencia en una obra entretenida y reflexiva.
Con una platea colmada y algunas figuras del ambiente artístico entre los espectadores —por ejemplo, Vando Villamil (con quien Santamaría actuó en teatro, en El torniquete), el director teatral Manuel Iedvabni y Mercedes Scápola Morán, hija de Mercedes Morán, ex de Martínez—, Santamaría vivió en su primera noche como Javier una función que tuvo sabor a estreno. El actor que transitó el teatro, el cine y la TV, actualmente trabaja en Amas de casa desesperadas (miércoles a las 23.30, Canal 13).
Utilizando un tono de voz algo más bajo que el necesario y "diciendo" más que "actuando" —tal vez, preso de la tensión propia de un debut—, Santamaría salió a interpretar a los pocos minutos de iniciada la función, a un psiquiatra que mantiene una relación conflictiva con su hermana. Pero fue tomando confianza y su personaje tuvo finalmente el carácter y la fuerza que merecen, y que Awada le imprimía. En la última escena en la que apareció, Santamaría logró una composición elogiable. Mucho más seguro que al comienzo, actuó con convicción a ese médico que se debate entre la atención de un paciente que amenaza con suicidarse y la de su propia madre, bajo el riesgo de caer él mismo en la locura. Y transmitió a la platea el énfasis de una situación que camina entre la comedia y la tragedia, y que convoca a los hijos de una madre dominante en la habitación de un hospital.
Aunque la dosis de humor está puesta sobre Agustín (Gustavo Garzón) y Carmen (Claudia Lapacó), Santamaría protagonizó el miércoles situaciones que arrancaron sonrisas y alguna carcajada. En síntesis, la nueva incorporación no hizo ruido en el elenco. El vínculo entre los actores en el escenario fluyó con naturalidad y más allá de cierta inseguridad que se percibió en el inicio, la función salió muy bien.
"Todo el mundo es un escenario./Y todos los hombres y mujeres, meros actores" dice Roth en el comienzo de la obra, citando a Shakespeare. Y en el escenario de la vida sucede, a veces, que las historias de las personas toman rumbos insospechados que, su giere el personaje protagónico, escribe un novelista superior, Dios. Entonces, ¿Dios habrá escrito: Entra Santamaría. Sale Awada. Mutis por el foro?
Fuente: Diario Clarín.